NIÑOS AHORCADOS

En Oliver Twist (ca. 1838), Dickens utiliza 30 veces los términos horca y/o ahorcado. Tratándose de una obra que los críticos-poco-críticos han clasificado como «novela infantil» -infame etiqueta-, es una observación banal encontrar que los niños sean sus protagonistas. Pero son unos protagonistas pasivos en los que la horca está siempre presente. Ahora bien, su autor ¿exagera literariamente? Para nada, más bien se queda corto puesto que la ejecución legal de niños por ahorcamiento era una práctica plurisecular en toda Europa.

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Léase en el sentido de las agujas del reloj, desde los mismos niños que en el poste anterior hasta un limpiabotas, un macarra y un marido agrediendo a su esposa.
En el Reino Unido, la Historia no secreta de sus crímenes contra bebés, niños y adolescentes comienza con un primer registro escrito: el día 13.IV.1546, Alice Glaston, de 11 años, es ejecutada por haber cometido un delito desconocido. Diez años después, en su lucha contra los herejes, los católicos perpetran un auto de fé, con bebé incluido, que todavía es recordado con horror:
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Año 1556. Las Mártires de Guernsey… y su bebé

Catherine Cauchés y sus dos hijas, Guillemine Gilbert y Perotine Massey con su bebé, son quemadas vivas por sus creencias protestantes. Las crónicas aseveran que el protocolo judicial-católico exigía que fueran estranguladas antes de subir a la pira pero las cuerdas se quebraron. Y continúan registrando que el recién nacido cayó al fuego de donde fue rescatado por un tal W. House quien lo entregó a Hellier Gosselin quien, amonestado por los curas católicos, ordenó que el bebé fuera devuelto al fuego -y así se hizo.

Claro está que, en esto de asesinar niños, los curas españoles tienen mucha sapiencia porque lo llevan en la sangre y porque es una de sus tradiciones más observadas. De hecho, lo siguieron haciendo desde antes de la Inquisición hasta -al menos- aquella IIª Inquisición que fue la matanza franquista. Pese a predicar en contra del aborto, incluso llegaron a asesinar fetos; por ejemplo: «el fusilamiento de Basilia Casaus, que tenía 19 años y estaba embarazada de gemelos. Según el médico le faltaban entre una o dos semanas para dar a luz. La Guardia Civil y la Falange aceptaron esperar para fusilarla. Pero su primo, que era sacerdote, se negó a prorrogar la sentencia y dijo: ‘Hay que fusilarla, muerto el animal, muerta la rabia’, y fue fusilada frente al castillo de Sádaba» («¡Al paredón!, los niños primero», poste 05.III.2017)

Volviendo al UK: un siglo después de los asesinatos legales antecitados, la vesania monárquica siguió ascendiendo en barbaridad: en 1629, John Dean, de 8 o 9 años, fue ejecutado por ‘incendiario’. Cuando se aplacó la furia infanticida, los (hoy) muy animalistas británicos continuaron ejecutando bichos, cuanto más se parecieran a niños, mejor. Evidentemente, los monos (monkeys; los apes, sólo a veces) fueron los más perjudicados.

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Ahorcamiento de un mono

Entrando en el siglo XIX: hasta 1818, los Honorables jueces británicos castigaban con pena de muerte la comisión de un centenar de delitos o faltas (offenses) Ese año, redujeron la lista y casi excluyen a los niños de la nómina de delincuentes. Pero, quien hizo la ley hizo la trampa porque, pese a que se suponía que los menores de 14 años eran irresponsables si delinquían,  doli incapax, la última decisión se dejaba en manos de los tribunales quienes podían castigar con la muerte a cualquier niño súbitamente transmutado en doli capax, se creyera o no que entendía el concepto matriz conocido como doli capacitas.

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Ca. 1806: Procesos penales contra niños acusados de robar en los huertos, de contar ‘chismes blancos’ (fibs) y otros odiosos delitos. Podían ser condenados a muerte.

Hemos decidido NO incluir en este poste las innumerables imágenes y/o textos que nos recuerdan la explotación laboral que sufrían los menores de edad -hay tantísimas y el tema es tan popular… Solamente añadimos la portada de un informe oficial -escandalosamente optimista y falso en sus datos-, a efectos de certificar que el problema de los niños mineros -una de las peores formas de esclavitud-, era conocido por los Prebostes. Otro tema sería comprobar qué hicieron estos ennoblecidos asesinos para remediarlo. No les vamos a aburrir con datos pero nos permitiremos una sola conclusión: no sólo no hicieron nada sino que, con la anuencia y la complicidad palaciega, estimularon ese tipo de esclavitud, tan rentable y tan útil imperialista y domésticamente hablando.

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Año 1842: otro informe sobre el trabajo infantil en las minas (collieries= minas de carbón)
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Foto mil veces repetida -y mil veces más que la repetiremos.

Por otra parte, es de subrayar el absoluto desorden moral que dominaba a los legistas y jueces británicos. Su énfasis en la protección de la propiedad nuda llegó a extremos que serían grotescos sino hubieran sido criminales. Por ejemplo: hasta 1823, era condenado a muerte el robo de bienes cuyo valor superara los 12 peniques (la vigésima parte de la paga semanal de un obrero especializado) Pero la dureza de esta pena no era norma general sino que había casos en los que una homicidio u asesinato se penaba menos que el hurto de una bagatela -propiedad es propiedad aunque sea minúscula-. Por estas sinrazones, ca. 1896, el vagabundo George Roker fue encarcelado cuatro meses por asalto mientras que Charles Norton, por distraer una botella de coñac, fue sentenciado a nueve meses en Pentonville. Por cierto, cárcel donde pocos años después ahorcarían al gran sir Roger Casement, independentista irlandés que había regalado grandes servicios a Buckingham Palace denunciando las matanzas del Congo ‘belga’ y del caucho amazónico -escándalos que, en jerga crematística, fueron patrocinados y sólo beneficiaron a las empresas británicas.

Según escribía Susan Magarey en 1978, en el turbulento año de 1851, los Britons amantes de la prensa consideraban a la ‘juvenile delinquency’ como un gigantesco problema que amenazaba la estabilidad y el progreso del Estado. Para profesores de Derecho como J. S. More, «next to slavery. . . perhaps the greatest stain on our country». Semejante calamidad era atribuida generalmente al crecimiento de la grandes ciudades y de los cinturones industriales, lugares en los que «the evil has taken deepest root». Unos diablillos delincuentes contra los que la Corona estaba literalmente ‘en guerra’. ¿Huelga decir por enésima vez que la más odiosa de las guerras civiles era la emprendida contra los niños pobres, no contra la infancia acaudalada? Estado de Guerra es el término adecuado para describir la locura infanticida que llegaba habitualmente a deliquios como el que escandalizó a Lord Brougham en 1847, cuando denunció que un magistrado quiso demostrar su celo profesional procesando por felones a 4 niños de unos 10 años c/u, por haber quitado la gorra de uno dellos y arrojarla al pavimento. Anécdotas como ésta, se encuentran por cientos y miles. Pero lamentamos que esta abundancia de archivo no vaya acompañada con imágenes del ahorcamiento de niños; no hemos encontrado ninguna, señal de que la prensa gráfica de entonces era consciente de sus limitaciones -no por falta de morbo propio y ajeno sino por órdenes de sus superiores.

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Juicio a unos niños tan bajitos que no llegan al estrado (ver a la izqda.)
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Está despeinado, ergo es un niño carne de horca

En 1838, las prisiones de Inglaterra  y Gales decían ‘albergar’ a unos 9.686 chicos menores de 17 años. Un lustro después, la cifra ascendía a 11.720 menores. Pero, como no nos creemos las estadísticas oficiales, conviene precisar que, sean o no aproximadas esas cantidades, son siempre mucho más pequeñas que las cifras gubernamentales de niños destitutes: en 1851, había 43.028 menores de 16 años, en los infectos workhouses, y unos 275.000 en reformatorios externos -no diríamos que mucho mejores que las ergástulas cerradas.

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Niños ricos comprando flores

Otrosí, la expansión del Imperio británico no puede analizarse sin tener en cuenta la inaudita ferocidad con la que el UK trataba a sus niños -pobres, huelga añadirlo. El corolario es evidente: si asesinaban ‘con todas las de la ley’ a su propia infancia, libres de toda ley divina o humana, ¿qué no harían con las infancias y los adultos ajenos? Esta crueldad excesiva tuvo dos efectos sobre aquel expansionismo: por el lado interno, se libraban de hipotéticos soldados rebeldes y, por el lado externo, se aseguraban que los niños deportados a las colonias se vengarían en los invadidos de las infinitas sevicias sufridas a manos de sus compatriotas. Por ello, el opio que obligaron a consumir a los chinos después de dos guerras en las que las víctimas fueron descritas por los historiadores monárquicos como agresoras -los pájaros disparando a las escopetas- fue aprovechado como medicina no sólo infantil (ver ilustración abajo)

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Niños ricos disfrutando del opio (y chinos malos en un fumadero de opio)

En cuanto a los niños deportados, colonizaron medio mundo acarreando en sus costillas el estigma de su infancia. Es hasta comprensible -pero nunca excusable- que bajo ningún concepto y, menos, promesas monárquicas, quisieran volver a su Patria. ¿Hay mejor método de asegurar la permanencia en los territorios invadidos? Trasladado al Imperio español, se nos enseña que fueron muchos los delincuentes que escapaban del patíbulo alistándose a las huestes conquistadoras. Muchos dellos no quisieron regresar a Hispania; es obvio que los consultores imperiales anglosajones estudiaron este fenómeno histórico… y lo aplicaron a su propio Imperio. Copiones.

Captura
Año 1842: estadillo de niños deportados a Australia (ampliar para ver la edad, 14 años aprox)

 

 

 

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