LOS ABUELOS DE ADÁN

Uno de los rasgos de la civilización occidental que más me irritan es su adanismo. Si nos creemos su propaganda, el mundo comenzó con Adán -¿y Eva?-, y, si nos ponemos científicos, en Neanderthal, en Mesopotamia o en las pirámides de Egipto. Falso de toda falsedad.  No es sólo que el Mediterráneo estaba sumamente poblado en los tiempos bíblicos sino que, además, lo estaba toda la Tierra. Sin embargo, este hecho incontestable es censurado sistemáticamente por el eurocentrismo dominante, un imaginario de frenopático que vive de loar las gestas imperiales y, en especial, de olvidar sus miserias, esas caspicies que saldrían a la luz al primer ensayo comparativo. De ahí que la comparación con otros continentes sea anatema; ejemplo: cuando, a principios del siglo XV, el almirante chino Zheng He realizó sus siete periplos por el Índico -llegó hasta Mozambique en unos barcos colosales-, Europa era un corral de cabras y sus marinos navegaban en pateras.

Por ello, me complace observar que cada día son más numerosos y mejor fundamentados los estudios que pintan un planeta muy distinto al que propagandea el eurocentrismo. Es obvio que, para presumir de adanismo, los europeos necesitan dibujar un mundo en el que los otros continentes estaban vacíos. En el caso asiático -y no digamos, chino-, el intento era tan absurdo que fue abandonado. Y, en África, los eurocéntricos de postín están obligados a practicar un funanbulismo cronológico puesto que no pueden admitir que estuviera densamente poblada pero, hélas!, se sigue creyendo que la Humanidad propiamente dicha nació en el Rift.

Excluidos dos continentes -tres, con Australia-, al adanismo eurocéntrico sólo le quedaban las Yndias americanas. Aquí se cebó aunque fuera agarrándose a un clavo ardiendo: las Américas tenían que estar despobladas o, todo lo más, recorridas de tarde en tarde por unas bandas nómadas que provenían de Asia -o sea, que eran europeas de segunda-. Huelga añadir que esas bandas eran necesariamente poco numerosas, bah!, cáfilas compuestas por pocas familias de alpargatúos. De ahí que, hasta hace pocos años, las estimaciones de la población amerindia pre-1492 oscilaban entre 8 y 100 millones de personas, con el establishment académico proclive a la cifra más baja y horrorizado por la cifra más alta.

Por fortuna, las investigaciones actuales se están centrando en demostrar fehacientemente que, antes de la Invasión, áreas culturales como la maya o la mexicana estuvieron tan densamente habitadas que, ahora, deben ser clasificadas como civilizaciones urbanas. Ejemplos recientes recogidos por los medios mainstream: los alrededores de Tikal y la ciudad extendida de Angamuco, en los alrededores del lago de Pátzcuaro, territorio de los Purépecha -antes, tarascos-.

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Crear dos, tres Tikales…
60.000 casas
Angamuco, ciudad dispersa
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Y Manhattan, la ogresa o Tarasca de los trepas cursis

Ahora sabemos que Tikal era una ciudad tres veces más grande de lo que conocíamos; una ciudad que ocupaba más de 100 kilómetros cuadrados. Y, ojo, según sus investigadores actuales: «Todavía no hemos encontrado sus límites».  Igual ocurrió con otros centros arqueológicos relativamente cercanos; por ejemplo, El Palmar, una ciudad cuyo centro urbano es 40 veces más grande de lo que registran los mapas existentes. Y Dos Aguadas, cuya área de habitación, que incluye otros centros ceremoniales, fue 20 veces superior a lo conocido hasta hoy.

La obstinación por negar la evidencia de unas Yndias densamente habitadas sólo ha podido resquebrajarse cuando Occidente ha admitido que las ciudades no tienen porqué ser colmenas de rascacielos; más aún, cuando se ha ‘descubierto’ que las megalópolis son una calamidad en sí y que ningún núcleo humano-urbano debería pasar de los 50 o 100.000 habitantes. Pero, hasta que el hacinamiento fue considerado como perverso, a los estudiosos les parecía inconcebible que los amerindios hubieran vivido en asentamientos no-tan-dispersos que hoy pueden ser etiquetados como urbanos.

Sin embargo, al adanismo europeo le quedaba una baza: el Amazonas, arquetipo del mundo deshabitado. Durante cuatro siglos, el «vacío amazónico» se había convertido en una frase hecha. Pues bien, al igual que en Tikal y Angamuco, en la Amazonía también se han encontrado «ciudades perdidas». Y, desde luego, sumamente físicas, ciudades que nada tienen en común con las ciudades ‘a lo Eldorado’ que han buscado cientos de aventureros y de charlatanes, desde los Conquistadores hasta mentecatos como el llamado ‘coronel’ Fawcett.

El vacío amazónico era todo un sistema de imbecilidad académico-popular que se adornaba con otros varios lugares comunes. El eslogan «tierra sin gente para gente sin tierra” fue uno de sus más mefíticos retruécanos. Generalmente, era acompañado por otras vaciedades como «el indígena como freno al desarrollo», la inconmensurable fertilidad de los suelos amazónicos o la uniformidad de sus biotopos.

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Siempre de moda, el mito de las ciudades perdidas en el Amazonas. Esta vez, llevado al absurdo

Si nos olvidamos de los mitos baratos y los eslóganes ridículos, recordaremos que la arqueología amazónica dió un giro espectacular con los trabajos de Roosevelt -desde 1991-, Piperno y Pearsall -desde 1998-. Pero hoy, en términos populares, el más conocido es Heckenberger -quien, desde 2004, viene ‘descubriendo’ ciudades perdidas-. Lo que une a todos estos autores es que han demostrado que la Amazonía está colonizada desde hace quién sabe si unos 11.000 años -o más- y que, además, estuvo densamente poblada. A ellos, quizá añadiríamos Denevan, investigador de los «campos elevados» de la periferia amazónica, colinas y estanques artificiales que regulaban los flujos hídricos de sequía e inundación.

Hago un inciso: cuando empecé a conocer un poco la selva tropical lluviosa de la cuenca amazónica, en los viajes por avioneta me asombraba observar la abundancia de palmas que se distinguían en zonas deshabitadas en tiempos históricos. Como en aquellos años estaba convencido de que las palmas necesitan del Hombre para subsistir en ese hábitat, cada una dellas me parecía el testimonio de algún anciano pueblo indígena. Pues no estaba tan descaminado. Hoy, estudiando los dos textos del año 2017 que incluyo como biliografía, leo que la mismísima Roosevelt escribe lo siguiente:

«In the late rainy season and early dry season, Monte Alegre Paleo-Indians living at the cave focused their attention on groves of rugged, fertile upland palm trees (genera Attalea and Astrocaryum)» (Roosevelt: 220, en Armstrong et al)

Y, unas cuantas páginas más allá, subraya la relación palmas-indígenas:

«the Nukak of the northwest Amazon in Colombia told anthropologist Gustavo Politis that they like to go deep into the heart of their territory to special long-standing groves of domesticated palms such as pupunha [Guilielma, antes Bactris] because they believe that their ancestors established those, and they can commune with their spirits there» (Politis 2007, cit. en Roosevelt: 230, ibid) Más tarde, la misma arqueóloga señala passim que algunas partes del Bajo Amazonas y/o de su delta, están literally covered with dense anthropic núcleos de palmas. En resumen, el indígena -paleo o moderno-, ha alterado tanto el medio amazónico que sólo podemos colegir que lo hizo porque era ubicuo.

Un detalle más en la argumentación a favor de una Amazonía muy trabajada por el amerindio desde hace muchos más años de lo que se creía hasta hoy: nuestros siguientes investigadores, analizaron 1.091 cuadrículas y transectos de toda la Amazonía y en ellas encontraron 85 especies de árboles leñosos de los cuales un 25% eran de especies hiperdominantes. Pues bien: estos árboles presentaban algunas evidencias de haber sido domesticados por amerindios pre-Invasión (Levis et al: líneas 340-408)

 

Sabemos que el Homo sapiens está domesticando plantas desde, al menos, 10.000 años a.n.e. Igualmente, sabemos que, en Amazonia, este tipo de domesticación comenzó hace no menos de 8.000 años. Ergo, ni siquiera del rincón más salvaje del planeta podemos decir que estaba vacío o que su ocupación es reciente.

En pocas palabras, si miramos fuera de Europa, observaremos que el jovenzuelo Adán no comenzó nada: el mundo que hoy nos parece inteligible, es obra de los abuelos de Adán. QOD.

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Hace ocho o diez mil años, cientos de plantas amazónicas ya estaba domesticadas (apud C. Levis y, literalmente, 150 autores más)
Armstrong-Fumero, Fernando, y Hoil Gutierrez, Julio, editores. 2017. Legacies of space and intangible heritage : archaeology, ethnohistory, and the politics of cultural continuity in the Americas. University Press of Colorado. LCCN 2016056647, ISBN 9781607325710 (cloth), ISBN 9781607326595 (pbk), ISBN 9781607325727 (ebook)
Levis, C, Costa, FRC, Bongers, F et al. (y 150 autores más) 2017. “Persistent effects of pre-Columbian plant domestication on Amazonian forest composition.” Science, 355 (6328). pp. 925-931. ISSN 0036-807 https://doi.org/10.1126/science.aal0157

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